Quizás las políticas de salud pública contra la obesidad infanto-juvenil requieran un nuevo enfoque.
Aunque los últimos análisis tanto en EUA como en España apuntan a un estancamiento de esta epidemia, una nueva investigación revela que los datos enmascaran una realidad menos optimista.
Así como “la prevalencia de la obesidad en los adolescentes de un estatus socioeconómico alto ha descendido en los últimos años, en los jóvenes más desfavorecidos la tendencia continúa incrementando”, afirman los autores de este trabajo, que acaba de ver la luz en las páginas de la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences”.
Como argumenta el responsable de este trabajo, Carl Frederick de la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts), el nivel socioeconómico influye de forma directa en el patrón de alimentación y la actividad física del individuo, dos aspectos que contribuyen en el desarrollo de la obesidad. Por ejemplo, “las frutas y las verduras frescas son más caras que los alimentos preparados” y además, “las alternativas saludables a veces son más difíciles de encontrar en zonas con pocos recursos”, agrega, donde abundan los restaurantes de comida rápida y establecimientos que venden preparados con alto contenido en grasas, azúcar y sal.
“La panadería industrial y los productos manufacturados son más baratos y sacian más, pero tienen gran cantidad de concentración calórica que es perjudicial para la salud”, explica Ana Morais, pediatra de la Unidad de Nutrición Infantil del Hospital Universitario La Paz de Madrid.
“Se ingieren más calorías de las que se necesitan”, señalan Frederick y sus colegas, y dicho excedente no se quema de ninguna manera. En 2002, “tres quintas partes de los niños entre 9 y 13 años no participaban en ninguna actividad física extraescolar”. Un sedentarismo que se nota especialmente en los barrios desfavorecidos, en los que no sólo se reducen las posibilidades de encontrar alimentos menos saludables sino “también las oportunidades de realizar actividades físicas”. “Hay menos parques infantiles, menos aceras para caminar y en general, menos facilidades recreativas”.
Tanto en la alimentación como en el estilo de vida, la educación es una pieza clave. “Los niños cuyos padres han completado más años de estudios tienden a ingerir menos snacks y menos dulces”, afirman los investigadores de la Harvard. Como explica la nutricionista española, “tienen mejor acceso al conocimiento sobre los hábitos de vida saludables”.
En definitiva, el estatus socioeconómico marca la prevalencia de la obesidad entre los jóvenes y así lo confirma este grupo de expertos después de examinar los datos de dos análisis estadounidenses sobre la salud y la nutrición de los adolescentes (de los 12 y los 17 años) entre 1998 y 2011. “Observamos que la tasa de obesidad a partir de 2003 se había estancado respecto a los anteriores años […] Los jóvenes consumen menos calorías y menos comida rápida que hace una década y también se mueven más”. “Una buena noticia, teniendo en cuenta que el exceso de peso en la población joven es un motivo de preocupación en muchos países, entre ellos España, donde la tasa de sobrepeso y obesidad infanto-juvenil es altísima, alcanza el 30%”, afirma Morais.
Esta circunstancia incrementa el riesgo de diabetes tipo 2, hipertensión, síndrome metabólico, apnea del sueño, dislipemia y varios problemas psicosociales. Dicen los expertos que un niño de 16 años con sobrepeso tiene el 80% de probabilidades de ser obeso en la edad adulta.
Sin embargo, tal y como subrayan los autores de esta investigación, a pesar de que en los últimos años las campañas de salud han conseguido que la prevalencia de obesidad juvenil se haya ralentizado, hay un subgrupo en el que la tasa continúa ascendiendo y no se debería pasar por alto.“Es importante diseñar intervenciones efectivas que tengan en cuenta las diferentes poblaciones y sus comportamientos”, apunta Frederick.
Aunque se necesita más investigación en esta línea, “sería conveniente que el gobierno se replanteara las políticas de salud pública para poder llegar a todos los sectores de la población y que la lucha contra la epidemia de la obesidad sea más eficaz, de forma que se puedan prevenir las enfermedades crónicas derivadas, reducir los costos relacionados y mejorar, por tanto, la salud del estado”.
La recomendación también puede extrapolarse a España. Según Morais, “las políticas de salud pública deberían reenfocarse y, sobre todo, aplicarse. Son tantos los agentes implicados (científicos, legislativos, escolares, industriales, etc.) que al final, en la práctica, quedan diluidos y frecuentemente no surten el efecto deseado. Diseñar unas líneas estratégicas generales, pero que luego se adapten a la situación concreta de cada ciudad, centro escolar, distrito, etc. sería muy conveniente”.
Fuente: elmundo.es