Lo que comemos afecta no sólo a nuestra salud, sino también a la del planeta. En los últimos años, el desarrollo económico, el crecimiento de las ciudades y el aumento de la población han cambiado la forma en la que la humanidad se alimenta, alejándose cada vez más de dietas tradicionales como la mediterránea y evolucionando hacia otras formas de alimentación donde la carne es la protagonista, en detrimento de las frutas, las verduras, las hortalizas o las legumbres.
Estos cambios están haciendo mella en nuestra salud, ya que está aumentando el índice de masa corporal de las personas y se ha observado una mayor incidencia de la diabetes tipo 2, de enfermedades coronarias y algunos tipos de cáncer. Pero no sólo eso: al medio ambiente también le está pasando factura nuestra nueva forma de comer. Así lo afirma un estudio publicado en la revista Nature, que pone cifras a la envergadura del problema: de mantenerse las tendencias actuales, en el año 2050 nuestros hábitos alimenticios serán responsables de un aumento del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero el problema no es sólo a futuro, sino que ya está aquí: en la actualidad, la producción de alimentos libera más del 25% del total de estos gases, además de destruir hábitats naturales en todo el mundo. Pero no todos son malas noticias: quienes firman el estudio sostienen que si se introdujeran pequeños cambios en nuestra dieta se podría impedir la destrucción de una zona de bosques tropicales y sabanas equivalente a la mitad de Estados Unidos.
“El mayor problema actual es la producción excesiva de carne”, señala David Tilman, profesor de la Universidad de Minnesota y coautor del estudio, en declaraciones a EL MUNDO. Consumimos mucha más carne que hace unos años, lo que hace que sean necesarias cantidades ingentes de cultivo para mantener a los animales. Así lo explica Lluis Serra, catedrático de Salud Pública en la Universidad de Las Palmas, quien también ha publicado un estudio en la revista Environmental Health sobre este tema: “Para producir un kilo de carne son necesarios entre 500 y 1.000 kilos de cereales”, señala en conversación con EL MUNDO.
Aunque no es sólo el exceso de carne lo que ha hecho que nuestra dieta se vuelva más nociva: consumimos más calorías de las necesarias pero muchas están vacías, porque provienen del alcohol y las grasas y los azúcares refinados. “Aunque suene paradójico, conforme nos hemos ido haciendo más ricos nuestra dieta se ha hecho más insana”, apunta Tilman a este periódico.
En cualquier caso, los españoles no nos llevamos la peor parte: “En nuestro país tenemos una posición intermedia entre lo que sería el consumo mediterráneo y el fast food”, explica Serra, para a continuación añadir un dato esperanzador: “Si modificásemos nuestra dieta actual reduciríamos en un 72% las emisiones de gases por efecto invernadero”.
Quienes más se están yendo hacia este modelo de comida rápida en nuestro país son los jóvenes, aunque por el momento “los cambios no son excesivamente alarmantes y no se han traducido en un incremento en la mortalidad”, explica. El nutricionista nos da las cifras de lo que debería ser una alimentación equilibrada: “Comer carne un máximo de dos veces a la semana, fruta y verdura por lo menos cinco veces al día -en cada comida tiene que haber una ensalada- y legumbres tres veces a la semana o más”. Si siguiéramos esas indicaciones le estaríamos haciendo un gran favor a nuestro cuerpo y a la naturaleza.
Además, hay que tener algo más en cuenta: la huella ecológica de lo que comemos, que muchas veces no tiene que ver con el alimento en sí, sino con otras variables. Por ejemplo, un “pez pescado en el mediterráneo y consumido en el mediterráneo tiene un impacto medioambiental muy bajo. Ahora bien, llevar un pescado de Noruega al comedor de un colegio español tiene una huella ecológica más alta”, cuenta Serra.
La solución, en opinión de este experto, pasa por apostar por el consumo local siempre que sea posible. Es importante además respetar la estacionalidad de los alimentos: “No hay por qué traer naranjas de China si en España ya ha pasado la época, no es sostenible tanto tránsito de productos”, sostiene.
Porque además, según explica, la cercanía tiene otro punto a favor: el sabor. Según él, “nos estamos cargando el sabor de los alimentos con tanto transporte”, explica. De hecho, cada vez es más difícil encontrar un tomate que sepa realmente a tomate. “Muchas veces se da prioridad al aspecto físico y a la conservación, con lo que se pierden muchas sustancias fitoquímicas muy importantes para nuestra salud y para el alimento”, explica.
Los huertos comunitarios, ir al mercado local en vez de comprar los productos envasados en el súper, enseñar a los niños a cultivar… son algunas de las recetas que dan los expertos para parar de alguna manera esta forma de comer y de producir que está poniendo en aprietos, no sólo a nuestro cuerpo, sino a todo el planeta.
Fuente: elmundo.es